Se suele ver el desarrollo de la ciencia moderna como un sistema monolítico, un progreso lineal que va desde los experimentos de Galileo al Principia de Newton y por último a la ciencia actual, pero la realidad fue muy diferente: existieron fuertes debates sobre cuestiones como el papel de las matemáticas en la ciencia, que enfrentaron a los que veían el tratamiento matemático de la gravedad de Newton como un ideal al que tender en todas las ciencias, y los que en cambio consideraban la matematización como un reduccionismo inaceptable. Diderot es más conocido por sus obras literarias y por su trabajo en la Enciclopedia que por sus aportaciones científicas, pero fue también un naturalista destacado y participó en este debate.
Así, en su l’interpretation de la nature de 1753, Diderot escribe:
Hemos distinguido dos tipos de filosofías, la experimental y la racional. La una tiene los ojos vendados, camina siempre a tientas, coge todo lo que le cae en las manos, y encuentra finalmente cosas preciosas. La otra recoge estas materias preciosas, y trata de formarse una antorcha; pero esta pretendida antorcha, hasta el presente, le ha servido menos que los tanteos a su rival, como debía suceder. La experiencia multiplica sus movimientos hasta el infinito; está en acción sin cesar; emplea en buscar fenómenos todo el tiempo que la razón emplea en buscar analogías. La filosofía experimental no sabe ni lo que obtendrá, ni lo que no obtendrá de su trabajo; pero trabaja sin descanso. Por el contrario, la filosofía racional sopesa las posibilidades, se pronuncia, y simplemente se detiene. Dice atrevidamente: La luz no se puede descomponer: la filosofía experimental lo escucha, y se calla durante siglos enteros; después, de repente, muestra el prisma, y dice: la luz se descompone
Las heterogeneidades de la ciencia de la Ilustración
Se suele identificar la Revolución Científica con la sustitución del modelo ptolemaico y de la física aristotélica por el heliocentrismo y la física newtoniana [1]. De acuerdo con esta interpretación, la ciencia que surge con la Revolución Científica y que se despliega con la Ilustración tiene una serie de características que suponen una ruptura con la ciencia que se venía realizando en épocas anteriores: el énfasis en la experimentación y la evidencia como juez último de la validez de una teoría, el abandono de explicaciones teleológicas en favor de explicaciones mecanicistas, con la metáfora del mundo como un gran y complejísimo reloj, y la matematización de las teorías como objetivo último de su desarrollo, con los Principia Mathematica de Newton como ejemplo paradigmático al que debían tratar de tender los nuevos trabajos científicos [2]. Sin embargo, dichas características distaban de estar igualmente asumidas en todas las disciplinas científicas, o de despertar un verdadero consenso; aunque podría decirse que otro de los rasgos característicos de la época era la conciencia de la necesidad de un método de trabajo que asegurase un avance de la ciencia adecuado y libre de errores, existían notables controversias respecto de cuál debería ser dicho método. Y así, aunque muchos de los científicos de la época tuviesen verdaderamente el sentimiento de estar embarcados en algo nuevo, en una ruptura con lo anterior, estas controversias difícilmente podían permitir que lo considerasen como un proyecto único; más bien convivían diferentes proyectos alternativos, en el centro de un fuerte debate sobre el curso que debía tomar el trabajo científico. Por este motivo, algunos autores como Steven Shapin hablan del “mito de la Revolución Científica” [3], como el producto de un relato construido esencialmente a principios del s. XX por autores como Alexandre Koyré, pues, sin negar la enorme trascendencia de las transformaciones que se produjeron durante esa época, no cabe otorgarles el carácter monolítico que les da ese relato, o ni siquiera un carácter dilatado en el tiempo como el que propone el modelo de las “Segundas Revoluciones” o “Revoluciones Atrasadas” en áreas como la Biología o la Química.
El difícil recorrido hacia la matematización
Por lo tanto, puede decirse que distintos autores se adherían a unos u otros de esos rasgos que caracterizaban la nueva ciencia con diferentes matices e intensidades, pero sin embargo es también indudable que esos rasgos se reforzaban entre sí y presentaban claras sinergias. Por ejemplo, frente a las explicaciones teleológicas o intencionales de la física anterior, las explicaciones mecanicistas ofrecían un marco que estaba intrínsecamente bien dispuesto hacia la matematización. Estos modelos entendían todos los procesos del mundo físico como el resultado de la acción de una serie de características primarias (movimiento, tamaño, forma), de las cuales se derivaba el cúmulo de cualidades secundarias accesibles a nuestros sentidos [4]. Por su naturaleza, estas características primarias eran susceptibles de un tratamiento matemático, como el iniciado por Galileo y demostrado magistralmente por Newton en su trabajo sobre la gravedad y el movimiento de los planetas. Aún más, a este tratamiento matemático no se le daba un carácter meramente instrumental, sino que se consideraba que las matemáticas formaban verdaderamente parte de la esencia de los problemas estudiados: si las matemáticas resultaban ser adecuadas para tratarlos, se debía a que reflejaban la lógica y la razón divinas, el sentido que había depositado Dios en el mundo en la Creación.
Por ello, el tratamiento matemático no solo otorgaba una mayor potencia a las teorías en términos predictivos, sino que también proporcionaba una mayor solidez y completitud a las explicaciones proporcionadas por la ciencia. Por ello, la matematización era ampliamente concebida como el “premio último” buscado en el desarrollo de una teoría científica [3]. Sin embargo, el éxito en la persecución de esta meta fue muy desigual, y junto con grandes éxitos, como por ejemplo el desarrollo de la ley de Boyle para describir el comportamiento de los gases, en muchas disciplinas el progreso hacia la matematización se encontró con grandes dificultades.
Ese fue el caso de las nuevas áreas de la física, como la electricidad o el magnetismo, en las que la novedad y la complejidad de los fenómenos estudiados hacían muy difícil su expresión matemática. Frecuentemente, los científicos que se ocupaban de esas áreas mantenían en mente el objetivo de la matematización y planteaban teorías mecanicistas que eventualmente podrían ser susceptibles de recibir un tratamiento matemático, pero el contenido matemático de sus trabajos solía ser muy escaso; se trataba, en palabras de C. Solís y M. Selles, de una “ciencia matemática sin matemáticas” [1]. Y si las ciencias físicas se enfrentaban a estas dificultades, las que se encontraban la química o, más aún, la biología, eran todavía mayores. La complejidad de los seres vivos hacía muy difícil una descripción mecanicista que fuese más allá de intentos muy crudos de describir algunos elementos básicos, como el sistema circulatorio o el nervioso, y en cambio alentaba interpretaciones que veían en esa complejidad evidencias de la actuación de una “mano divina” como la propuesta por William Payley.
Diderot y el enciclopedismo
Diderot (1713-1784) es especialmente conocido por sus trabajos literarios y, ante todo, por su implicación en la elaboración de la Enciclopedia, junto con su colega el matemático D’Alembert [5], pero también demostró una gran inquietud por diversos temas científicos y, fundamentalmente, por los relacionados con la biología. También contaba con una destacable formación en matemáticas, llegando a desempeñar labores de docente en esta área [6]. Así, cuando por ejemplo José Ferrater Mora afirma que el pensamiento de Diderot se caracteriza por “la constante oposición a toda especulación y toda abstracción y por su defensa del empirismo y del sensacionalismo” [7], hay que tener presente que dichos planteamientos se fundan en la convicción personal, y no en una desconfianza hacia el razonamiento abstracto o las matemáticas derivada de su desconocimiento, como en ocasiones sucede.
Esta convicción está en pleno acuerdo con las áreas fundamentales de trabajo de Diderot, mencionadas en el párrafo anterior: la biología y, sobre todo, la Enciclopedia. El proyecto de la Enciclopedia está fundado en cimientos fuertemente “baconianos”, empezando por la misma organización en materias empleada en la enciclopedia, pero llegando también a una concepción de la ciencia que de los tres rasgos indicados al comienzo de este texto marcaba un énfasis muy acentuado en el aspecto de la experimentación y la observación.
Así, en sus trabajos en biología Diderot debió encontrar que esta metodología, capaz de proporcionar una comprensión holista e integrada de los organismos vivos, resultaba más adecuada que las explicaciones mecanicistas, “matematizables”, frecuentemente fundamentadas en hipótesis muy aventuradas, de escasa verosimilitud y difícil validación, y que empobrecían el área de trabajo de la biología reduciéndola a la suma de algunos de sus elementos más básicos. Pero para Diderot, esta limitación, que sería especialmente patente en la biología, se extiende a todas las áreas de trabajo de la ciencia. Obcecarse en teorías abstractas, matematizables, produce para Diderot en el mejor de los casos un encorsetamiento en aspectos muy restringidos de los problemas (los susceptibles de este tratamiento), y en el peor un puro estancamiento. Y para Diderot, esto es así, como se ha dicho, en todas las áreas de la ciencia: no resulta casual que en su texto Diderot elija un ejemplo de la física, paradigma de la ciencia abstracta y matematizable, y además no uno cualquiera, sino precisamente el ejemplo de la descomposición de la luz, descrito por el mismísimo Newton, que hasta ese momento resistía pertinazmente todos los intentos de explicación. Y frente a la esterilidad (hasta ese momento) de esos intentos, Diderot ensalza la riqueza de los frutos del trabajo experimental, que “trabaja sin descanso”, “coge todo lo que le cae en las manos” y “no sabe ni lo que obtendrá”, pero que, en contraste con los ineficaces esfuerzos de la razón que defiende que la luz no se puede descomponer, o que incluso no puede ni imaginar que las cosas puedan ser de otro modo, es el único método capaz de demostrar, tras “cien años” de incesable trabajo, que la luz en efecto se descompone en colores.
La experimentación, ¿guía de las teorías?
Es por estos motivos que en varios de sus escritos y, especialmente, en l’interpretation de la nature, obra a la que pertenece el fragmento comentado, Diderot critica los exceso de la abstracción y la matematización en la ciencia [6], y cabe destacar que en modo alguno estaba solo en estas críticas: entre sus contemporáneos abundaban los planteamientos críticos al modelo “newtoniano” de la ciencia (particularmente entre los científicos continentales, con Leibniz como “fundador” de esa corriente crítica), que abarcaban desde los reproches al abandono por parte de la mecánica newtoniana de la ambición de esclarecer las causas últimas de los procesos físicos, conformándose en cambio con una descripción de algunos fenómenos externos, no muy diferente de la simple pretensión de “salvar los fenómenos” de los antiguos matemáticos griegos, hasta las críticas casi en un sentido diametralmente opuesto que acusaban a las teorías de Newton de resucitar el recurso a “entidades ocultas” para explicar los fenómenos, como podría ser el concepto newtoniano de fuerza. Y, evidentemente, existían también firmes defensores del modelo matematizable de las ciencias, empezando por el matemático D’Alembert, el otro gran artífice junto con Diderot de la Enciclopedia, con el que este mantuvo una cordial controversia a lo largo de los años sobre este y otros temas.
Pero junto con esas críticas, puede encontrarse en el texto comentado de Diderot un matiz adicional: el temor de que esa búsqueda de la abstracción en la “nueva ciencia” acabe produciendo una parálisis no muy diferente a la que había venido experimentando la vieja ciencia debido a un excesivo alejamiento de la experiencia y de los hechos. Por ello puede encuadrarse el texto de Diderot en la discusión acerca de cuál debería ser el método de trabajo en la ciencia, y a este respecto cabe recordar que, como se ha dicho, Diderot suscribía una visión fuertemente baconiana en la que la experimentación y la observación ocupaban el lugar principal [6]. Con ello, podría decirse que Diderot propugnaba una visión de la ciencia muy próxima a la que en años recientes ha venido en denominarse “modelo inductivista” o de la “concepción heredada” de la ciencia [8]: la ciencia trabaja elaborando modelos y generalizaciones que se deben contrastar con la experiencia, pero el punto de partida para todo ese trabajo es la observación cuidadosa y desapasionada de los fenómenos de la naturaleza, que, en un proceso acumulativo, permite ir reuniendo la evidencia experimental de la que debe partir todo intento de teorización. Puede destacarse que esta concepción era de hecho posiblemente muy adecuada para el momento histórico en la que la planteó Diderot: se vivía entonces una época en el desarrollo de la ciencia en la que esta se estaba adentrando simultáneamente en tantos territorios novedosos, que la simple observación o incluso el juego con los nuevos instrumentos y dispositivos experimentales que se estaban desarrollando era capaz de proporcionar un enorme caudal de datos dignos de estudio.
Sin embargo, esta visión de la ciencia difícilmente sería viable en la actualidad, pues el grado de desarrollo alcanzado en muchos campos hace que sea muy inusual que una observación azarosa proporcione información de verdadero valor; en cambio, casi todo el progreso científico se alcanza a través de experimentos cuidadosamente planificados de acuerdo a objetivos concretos. Lo que, por otra parte, da pie a otra interesante cuestión, que ya se intuye en el texto de Diderot: el de la problemática relación entre teoría y experimentos. Le preocupa a Diderot que un excesivo énfasis en la abstracción y la matematización cercene la fecundidad de la ciencia: que la ciencia así concebida sólo pueda limitarse a discutir sus propios conceptos, y que la matematización tenga como efecto secundario una ciencia centrada exclusivamente en esos aspectos que se pueden matematizar y despreocupada de todos los demás. A lo que autores más recientes como Lakatos replicarían que en efecto no es solo la teoría la que se reajusta en función de los experimentos, como propugna ese inductivismo ingenuo, sino que la misma naturaleza de los experimentos que plantea un científico están marcados ineludiblemente por sus concepciones teóricas [9]. Resulta también interesante observar que el dilema planteado por Diderot no se restringe en modo alguno a su época histórica; por el contrario, a lo largo del último siglo se han presenciado debates similares, no solo en la Filosofía de la Ciencia, sino también en algunas disciplinas científicas, como podrían ser las Ciencias Sociales y, concretamente, la Antropología [10] (en este mismo blog se trata esta cuestión en la entrada dedicada a la aplicacion de la Teoría de Grupos a la Antropología). Lo que en definitiva, y recuperando la búsqueda del “método científico” como característica de esta época, indicada al comienzo de este texto, remite a la dudosa conveniencia de propugnar un “método científico único”, ya sea el inspirado en el paradigma de Newton, en el de Bacon o en cualquier otro, e ilustra en cambio la importancia de mantener una flexibilidad en el método que pueda adaptarse a diversas disciplinas con diferentes características y grados de desarrollo.
Referencias
[1] C. Solís, M. Selles. “Historia de la Ciencia”. Espasa, 2005.
[2] S. Weinberg. “Explicar el Mundo”. Taurus, 2015.
[3] S. Shapin. “La revolución científica: una interpretación alternativa”. Ed. Paidós, 2000.
[4] D. Wooton. “La invención de la ciencia”. Planeta, 2017.
[5] D. Brewer. “The Encyclopédie: innovation and legacy”, en J. Fowler (editor), “New Esssays on Diderot”, Cambridge University Press, 2011.
[6] M. Jalón. “Diderot, del lado de las ciencias”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq, vol. XVII, nº64, pp. 689-707, 1997.
[7] J. Ferrater Mora. “Diccionario de filosofía”. Ariel, 1999.
[8] J. A. Díez, U. Moulines. “Fundamentos de Filosofía de la Ciencia”. Ariel, 2008
[9] A. F. Chalmers. “¿Qué es esa cosa llamada ciencia?”. S. XXI de España, 2008
[10] C. Geertz. “La interpretación de las culturas”. Gedisa, 2003.