En Carne y Hueso, de Santiago Eximeno, la gente vive en el interior de un mundo orgánico que crece a partir de los cadáveres de una raza mítica de gigantes. Pero no todos viven de la misma forma: de un lado están los Carne, que habitan, literalmente, hogares de carne, corruptibles y mudables, y sujetos a la putrefacción y las enfermedades; y, del otro, los huesos, que disfrutan de limpias y perdurables residencias construidas con hermosos huesos pulidos. No resulta difícil imaginar cuál de las opciones prefiere la gente, y de qué modo el acceso a una u otra parte la sociedad por la mitad.
Como ilustra la fotografía, esta ha sido otra de mis lecturas estivales, como Azul casi transparente. Y como esa otra novela, no porque resulte particularmente adecuada para leerla en las vacaciones o en la playa: debo admitir que yo elijo los libros que me llevo a veranear literalmente al peso. Es decir, cojo libros finitos y ligeros, para que así no me pesen al meterlos en la mochila que llevo a la playa.
Es un método que tiene sus ventajas (sobre todo para la espalda), pero que a veces falla: hay que señalar que pocos libros resultan tan inadecuados para la playa como Carne y Hueso. Resulta difícil expresar las sensaciones y pensamientos extraños que suscita leer el libro en ese gran expositor de la carne humana que es la playa. Decir que resulta turbador es quedarse muy corto.
Aunque parece claro que esa es precisamente la intención del autor. En una primera lectura, es inevitable interpretar el argumento como una metáfora del sistema de clases, de la división entre ricos y pobres en la sociedad capitalista, que en el mundo del libro es un sistema tan decadente y enfermo como la carne con la que construyen los pobres sus viviendas. La lectura produce una sensación permanente de disgusto, de que ese sistema tan degenerado y tensionado no puede sino acabar en una explosión de carne putrefacta. Y de remate tenemos el trabajo del protagonista como figurante, en el que representa, supuestamente para entretenimiento de los ricos Hueso, tragedias en un curioso teatro de marionetas humanas.
Pero las ideas que suscita la novela no se detienen en esa primera capa, de distribución de la riqueza y exclusión social. También está el nivel del reconocimiento: los pobres Carne son lo perecedero, lo que se corrompe y olvida; los ricos Hueso, lo que perdura. Pero, en contraposición con esto, la carne es lo vivo, lo que crece y evoluciona, y el hueso es lo muerto e inmovilizado, lo fosilizado. No es fácil interpretar todo lo que tenía en mente el autor al escribir la novela, y no creo que se agote en esa primera capa de la desigualdad económica y social.
Todo esto cabe en una obra breve y directa, que deja ganas de más, lo que indica que está bien medida, pues si fuese más extensa seguramente perdería en fuerza. Pero, repito, obra para leer con calma, estando avisado de lo que uno va a encontrarse, pues si te aborda de improviso, por ejemplo en la playa, los resultados pueden ser imprevisibles.