El Blog de Alerce

Videojuegos, matemáticas, literatura, ciencias y filosofía en una mezcla (aparentemente) aleatoria

Al sur de la frontera, al oeste del sol, de Haruki Murakami

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¿Quién no ha soñado con una segunda oportunidad? Revivir los años de la infancia y la juventud para corregir los numerosos errores que cualquiera puede recordar en esa época de su vida, aplicando la experiencia adquirida con el «primer intento», es algo con lo que todos hemos fantaseado en alguna ocasión; sobre todo, en esas largas horas de insomnio en las que las cosas parecen ir cada vez peor. Todos lo deseamos alguna vez, y por eso muchas obras de ficción imaginan que realmente lo pudiéramos hacer; casi indefectiblemente, para mostrarnos los efectos desastrosos que tendría pretender engañar de ese modo al destino. Pero, ¿sus autores verdaderamente creen que los resultados serían tan malos? ¿O sólo quieren consolarnos porque nunca podremos hacer la prueba?

En el caso de Murakami, hay pocas dudas de que la respuesta es la primera opción. Muchas veces, los novelistas parecen especializarse en una idea, en un propósito, hasta el punto de que sus novelas casi parecen sucesivas iteraciones de una misma obra, intentos cada vez más depurados de acercarse al ideal de novela perfecta que el autor debe de tener en su cabeza. Así, por ejemplo, hay autores que siempre acaban hablando de la infancia, que nunca brillan tanto como cuando sus personajes son unos niños, y que, cuando no lo son, no pueden resistirse a hacerlos volver al pasado, a hacer que sus personajes adultos estén continuamente rememorando su infancia. Otros están obsesionados con la juventud: con el primer amor, sobre todo; pero también con el primer trabajo, el primer gran viaje, la primera casa, el primer lo que sea.

En el caso de Murakami, podría decirse que una de sus grandes especializaciones es la de los protagonistas en la treintena, personajes que ya están un poco de vuelta de todo, pero que todavía tienen la mayor parte de su vida por delante y deben decidir qué hacer con ella. Probablemente, como reflejo de sus vivencias personales: por los datos de su biografía que son de dominio público, cabe suponer que Murakami considera su treintena como la época decisiva de su vida, la de la plenitud de las grandes elecciones, y ve en cambio las anteriores, la infancia y la juventud (o los años en la escuela y la universidad, respectivamente), como prolongados e inevitables trances a los que no hubo más remedio que sobrevivir, un largo y doloroso error, ciertamente necesario, pero que es mejor dejar atrás. Puedo estar bastante de acuerdo con esta valoración. Aunque en mi caso esa «edad perdida» diría que es más bien precisamente la de la treintena, sé de mucha gente que vive francamente avergonzada de lo que hizo en esas otras épocas de la juventud y la infancia y que no querría volver a tener que soportarlas bajo ningún concepto; justamente, lo opuesto a ese mito de la juventud que con tanta insistencia quieren vendernos.

El problema surge cuando ese pasado, a veces vergonzante, a veces verdaderamente desastroso, viene a perseguirte. Así, cuando en Al sur de la frontera, al oeste del sol el protagonista se ve en cierto modo transportado al pasado, no resulta difícil suponer que la cosa pinta mal. Evidentemente, no es que el protagonista viaje al pasado (aunque de Murakami se puede esperar cualquier cosa), sino que es el pasado el que invade la vida presente del protagonista, primero con la intromisión indirecta de su primera pareja, y después, y ante todo, con el retorno de la «protopareja» de su infancia, Shimamoto, que irrumpe en su vida como un bulldozer. El realismo de esta premisa, tan absoluto que hasta resulta algo inhabitual en Murakami, es lo que la hace tan potente; personalmente, esta novela es, junto con Los años de peregrinación del chico sin color, parte de esa pequeña colección de novelas de diversos autores que no me canso de releer una y otra vez (aunque no sé qué opinarán los «fans hardcore» de Murakami al respecto; en la Wikipedia leo con cierto estupor que Los años de peregrinación del chico sin color es «considerada una de las obras más accesibles de Haruki Murakami» . ¿En serio? ¿Soy yo, o casi se puede oír el tono paternalista de quien lo escribió, la lástima que le inspiran los pobres y limitados lectores que sólo puedan apreciar esta novela porque no les da para llegar a las restantes, menos «accesibles» y por tanto más «profundas»? ¿O es que no es eso lo que pretendía decir con «accesible»?)

Dejando esto aparte, supongo que no me canso de releerla porque conecta tanto con ese deseo/fantasía de mis horas de insomnio: volver a empezar y enmendar/enderezar lo que una vez se hizo. Recuerdo haberlo pasado mal en mi infancia, a veces, pero no demasiado; quizá no tanto como Murakami, y por eso no me resultaría tan horrible tener que repetirla. Y, ¿qué haría yo si tuviese esa oportunidad que nunca tendrá nadie? Lo primero, por descontado, besar a más chicas, como dijo aquél, creo que fue Benedetti. Pero no, pongámonos serios: lo que haría sería sacar mejores notas, claro, porque ya me lo sabría todo (aunque tampoco es que las sacara malas; siempre fui un poco ratón de biblioteca); pero, además, haría más deporte, por supuesto, lo que no sólo me facilitaría lo de las chicas, sino que mejoraría el estado de mi espalda en la edad adulta. Vamos, que sacaría mucho más provecho al tiempo, nada de despilfarrarlo con tonterías.

Pero, ¿qué hay de las grandes decisiones?, podría decir alguien. Seguro que todos tomamos decisiones que nos gustaría rectificar. Vaya por delante que yo no he tenido excesivos dramas en mi vida. Supongo que he sido bastante afortunado. Así que aunque a veces haya tenido ganas de ponerme a gritar “¡CTRL+Z, CTRL+Z!”, como hace uno de los protagonistas de Douglas Coupland, al final se me ha acabado pasando (qué injusto que en el mundo moderno nos enseñen que muchas cosas se pueden deshacer, si uno se equivoca, pero que al llegar a las importantes no se pueda. Seguro que los copistas medievales no estaban tan mal acostumbrados…). Así que lo que puede ocurrírseme en materia de rectificaciones es lo típico y normal. Por ejemplo, el protagonista de Al sur de la frontera, al oeste del sol parece lamentar firmemente haber perdido el contacto con su amiga de la infancia, Shimamoto. Yo también lamento no tener ya contacto con algunos amigos, claro. Seguro que las cosas habrían ido mejor si los hubiera mantenido.

Pero… ahí la cosa empieza a ponerse complicada. ¿Qué consecuencias habría tenido mantener unas compañías en vez de empezar con unas nuevas? Así, en general, sin necesidad de meterse en sutilezas como el efecto mariposa, que hoy no estoy de humor. ¿Qué efectos tendría cambiar alguna decisión que parecería equivocada? Por ejemplo, los estudios: en su momento elegí una carrera de ingeniería que era la que tenía la nota de acceso más alta a la que llegaba con mi nota de Selectividad, pero… no era muy divertida, me ha gustado mucho más estudiar matemáticas, como he hecho más tarde, en mi vida adulta. Así que cambiemos eso: estudiemos directamente matemáticas en vez de perder tiempo y acumular aburrimiento con la ingeniería. Pero mis estudios de ingeniería me han dado acceso a un trabajo bastante interesante, que me gusta, y si hubiese estudiado matemáticas quizá habría acabado en un banco… por no mencionar que conocí a mi esposa en la carrera, y a ella no querría cambiarla. Si volviese atrás y estudiase matemáticas, tendría que buscarme otra manera de relacionarme con ella, y como perdería todas las horas de contacto e intimidad en clases y estudio, quizá no funcionaría. ¿Y soportaría ver a mi actual pareja con otra persona, con otros hijos? Existe la posibilidad de que no saliese tan mal parado del cambio, pero, por muy bien que me fuese, no puedo evitar imaginándome a mí mismo espiándola para recordar lo que fue/pudo haber sido y yo hice que cambiara. Vamos, que en resumen mejor seguiría con la ingeniería y volvería a dejar las matemáticas para más adelante.

Y así con todo lo demás. ¿Me metería en algunas de las peleas en las que me he metido, en el trabajo y en otros ámbitos? Mejor no, no sirvieron para nada, salvo para acumular frustración. Pero… ¿qué persona resultaría ser yo si no repitiera esas acciones, posiblemente equivocadas? No sé si sería mejor o peor, pero ya no sería yo: me faltarían algunas experiencias vitales muy importantes. Así que mejor no cambiar tampoco eso. Y lo mismo con casi todo lo demás: cuanto más lo pienso, más me parece que, de tener esa oportunidad de volver atrás, repetiría exactamente las mismas decisiones, hasta el punto de que acabaría siendo una especie de actor que representase mi propia vida. No querría correr el riesgo de «borrarme» a mí mismo de la existencia cambiando algo. Eventualmente siempre acabo por llegar a este punto, en mis cavilaciones de las noches de insomnio, y entonces es cuando me duermo.

Algo así le pasa al protagonista de Al sur de la frontera, al oeste del sol, aunque para ello tiene la suerte de contar con la colaboración de su esposa, una verdadera santa (o es que ella sufre la misma evolución que el protagonista, aunque Murakami no nos la cuente, y acaba también por llegar a las mismas conclusiones que él). Todo cambia para acabar quedándose, en muchos aspectos, tal y como estaba al principio: a Murakami parecen gustarle estos desenlaces, en cierto modo, tan anticlimáticos; muchas veces opta por ellos. Quizá es que a él también le sirven para calmarse y coger el sueño en las noches de insomnio.

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