En su obra “De jóvenes, bandas y tribus”, el antopólogo Carles Feixa muestra que aunque la adolescencia y la juventud se suelen considerar conceptos “naturales”, etapas normales que toda persona debe atravesar como parte de su desarrollo, mucho de lo que entendemos como juventud es más bien una creación de la psicología y la sociología del siglo XX.
El libro aborda el tema de la juventud y su estatus dentro de la familia, la sociedad y la economía, centrándose en una de sus manifestaciones más destacadas en las últimas décadas: la de las bandas punk de los años 90. El autor realiza un estudio de primera mano de estas bandas en dos entornos: los barrios obreros de Lleida y las zonas deprimidas de México D.F.
Para situar este estudio, Carles Feixa comienza realizando una discusión del concepto de juventud desde una perspectiva histórica y antropológica. En primer lugar, describe las tradiciones occidentales que desde la Grecia y Roma clásica atribuyen a los (varones) jóvenes una serie de características y atributos ejemplares que hacen de la juventud la “edad dorada” de la vida; y que desde la Ilustración y, de forma muy destacada, el industrialismo del s. XX, atribuyen a estas cualidades una “carta de naturaleza”, vinculada a las características biológicas y de la evolución psicológica de los individuos. Y considera también, en el espectro opuesto, los estudios antropológicos que ponen en serias dudas esta supuesta vinculación de la juventud a la evolución natural, y la relacionan en cambio con factores económicos, culturales y sociales.
Tras este estudio, el autor realiza una perspectiva de los movimientos juveniles más destacados en las sociedades occidentales del s. XX: las “bandas de la esquina” en las ciudades estadounidenses, los “colleges”, los movimientos vinculados a Mayo del 68, los “rockers”, los “hippies”…, hasta llegar a los punks de los 90. El autor completa su libro con el relato convertido en narración de sus conversaciones con sus dos principales informantes: Félix, el “punk mutante” de Lleida, y Pablo, líder de los “Mierdas Punk” de Neza.
La juventud en las sociedades occidentales a lo largo del último siglo
El tema central de “De jóvenes, bandas y tribus” es así el del concepto de juventud y su papel en las sociedades occidentales industrializadas, y el controvertido estatus de este concepto por su vinculación con una amplia variedad de aspectos, que van desde los condicionantes biológicos y psicológicos, hasta los factores económicos, sociales y culturales. Por lo tanto, el libro tiene una vinculación central con el tema de las estructuras de las familias y las formas en las que esas estructuras interpretan el crecimiento de los individuos y su progresiva implicación en la sociedad, pero toca también temas relacionados con las estructuras económicas, las estructuras políticas y las relaciones de género, entre otros [1].
El objetivo final del libro es explicar el concepto occidental de “juventud” como edad de tránsito entre la infancia y la edad adulta, como periodo en el que se ha dejado atrás la dependencia de la infancia, pero aún no se ha adquirido plenamente la autonomía y el estatus de los adultos, concepto en el que se mezclan connotaciones positivas, como el vigor, la creatividad o el entusiasmo, con otras negativas, que abarcan desde la conflictividad y el desafío a la autoridad o incluso la propensión a la delincuencia, a la frivolidad y el hedonismo y la renuncia a asumir responsabilidades. Para ello, Carles Feixa se centra en las bandas de jóvenes en entornos marginales como una de las manifestaciones más extremas y relevantes de este fenómeno.
Para abordar este tema, el autor comienza el libro realizando una discusión del concepto de juventud desde una perspectiva histórica y antropológica. Desde un punto de vista histórico, el “culto a la juventud” aparece como un rasgo característico de las civilizaciones occidentales, cuyo origen puede retrotraerse hasta la Grecia y Roma clásicas, con su ensalzamiento de la figura del “varón joven” (no así, o no tanto, en el caso de la mujer) como epítome de las cualidades del individuo: vigor físico e intelectual, belleza, atrevimiento, inocencia y entereza moral… cualidades que son ampliamente retratadas en la escultura, la pintura y la literatura, y que se asocian a instituciones específicas de enseñanza para los individuos de estas edades, como la efebía ateniense o la agogé espartana. Con un paréntesis de varios siglos, centrado esencialmente en la Edad Media, el autor relata cómo este concepto resurge con fuerza con la Ilustración, con el “Emilio” de Rousseau (1762) como hito en la definición o redescubrimiento del concepto de “adolescente”, vinculado a todas las cualidades positivas que ya se le atribuían en el clasicismo, pero también mezcladas con la identificación de esta edad como el periodo en el que mejor se manifiesta la “bondad natural” del individuo antes de ser mancillada por la cultura, de acuerdo con el ideal roussoniano del “buen salvaje”; y, ya en el siglo XX, verdadero siglo de la juventud, con la contribución fundamental del “Adolescence: Its Psychology, and its Relations to Physiology, Anthropology, Sociology, Sex, Crime, Religion and Education” de G. Stanley Hall (1904) como justificación de la carta de naturaleza de la adolescencia y la juventud como un aspecto de la evolución natural del individuo durante su crecimiento, el surgimiento de la juventud como área de interés para la sociología, con contribuciones destacadas como la de la Escuela de Chicago y Talcott Parsons con su “Age and sex in the social structure of USA” (1942); y también no pocos episodios oscuros, de los que posiblemente el más destacado sería el caso de las “Juventudes Hitlerianas”, que pretendió dar uso a esos ideales de pureza y vigor relacionados con la juventud con fines propagandísticos y de adoctrinamiento [2].
Sin embargo, y pese a estos intentos de enraizar la adolescencia y la juventud en la biología y la psicología, como hace Hall, o de hacer de ella un paso necesario y natural en el crecimiento del individuo, como hace Rousseau, desde una perspectiva antropológica existen no pocas dudas de que este periodo realmente constituya una etapa necesaria y universalmente presente en el desarrollo de los individuos. Por el contrario, el estudio antropológico demuestra que en una gran mayoría de las sociedades estudiadas no existe ningún análogo de la “juventud” en su sentido occidental, como prolongado periodo de transición entre infancia y edad adulta, sino que por el contrario es más común que se produzca una transición directa entre infancia y edad adulta, articulada y simbolizada mediante diferentes rituales de paso. Aún más, las características naturales que se atribuyen a los años de la adolescencia y la juventud en Occidente, como la rebeldía, la conflictividad o la oposición a las instituciones de los adultos, ya descritas por Aranguren en su estudio de la juventud de mediados del siglo pasado [3], no parecen ser tampoco universales, ni, por lo tanto, “naturales”, como argumenta Margaret Mead en su “Adolescencia, Sexo y Cultura en Samoa” (1928); obra que, aunque en años recientes ha recibido importantes críticas en cuanto a su metodología y la exactitud de sus afirmaciones, representa no obstante un importante hito en el cuestionamiento del carácter natural o biológico de los rasgos culturales atribuidos a la juventud.
En esta línea, Carles Feixa argumenta que las características atribuidas a la juventud en las sociedades occidentales tienen su raíz en los condicionantes sociológicos, económicos y culturales que actúan sobre los individuos de estas edades. Entre otros factores, el autor destaca como algunos de los más determinantes los relacionados con la educación, con el establecimiento de una educación obligatoria que se prolonga a lo largo de varios años, y que tiene además el efecto de limitar el contacto de los jóvenes en edad de formación con el mundo adulto y retrasar su entrada en él, en comparación con lo habitual con modelos anteriores como el de los aprendices de la Edad Media, en los que este contacto se producía en edades más tempranas y de una forma más intensa, sustituyéndolo por una vida social muy centrada en la clase de la escuela, en grupos de jóvenes de edades similares; y, de forma también muy destacada, por factores económicos, y particularmente con las transformaciones del modelo económico con el industrialismo del s. XX, que tienen como efecto expulsar a los jóvenes del mercado laboral.
Con ello se tiene la curiosa paradoja de que por una parte se mantiene el ideal de la “juventud” como la edad más deseada, el periodo más creativo, productivo y memorable de la vida, mientras que por otro lado las personas de estas edades ven fuertemente limitadas su independencia económica, sus posibilidades de acción política y, en definitiva, sus capacidades para ejecutar los ideales y alcanzar la plenitud que se supone o se espera de los jóvenes.
Esta contradicción es especialmente notable en las clases pobres y en los entornos marginales, en los que estas posibilidades están aún más disminuidas, lo que, como describe el autor, tiene como consecuencia la aparición de movimientos juveniles que tratan de ajustarse o de rebelarse a esa realidad desde actitudes de confrontación y conflictividad con el orden establecido, llevando además a una identificación mutua de los jóvenes de cierta edad como pertenecientes a un mismo grupo, que, en cierta medida, es capaz de trascender a otras distinciones como las relacionadas con la clase económica y la social. El autor ilustra esta discusión con las aportaciones de sus informantes, en las que se hace patente la enorme influencia del entorno económico y familiar que, salvando las notables diferencias entre los dos casos considerados, presentan también notables similitudes: precariedad laboral (contratos temporales alternados con uso –o incluso abuso- de los subsidios de desempleo en el caso español, economía sumergida y de subsistencia en el mexicano), abandono comparativamente temprano de la educación tras el periodo de educación obligatorio, que sin embargo aparece contrarrestado por una considerable inquietud cultural e incluso literaria, estructuras familiares que se alejan de ese ideal cada vez más infrecuente de la “familia nuclear”; y, en general, una situación de desencanto o de impotencia ante la sociedad general que desemboca en actitudes de rebeldía y en ocasiones cuasi delictivas, con una sensación de desapego hacia esa sociedad que se ve compensada por la creación de redes sociales y de solidaridad centradas en el grupo de edad y en el entorno geográfico del barrio o de la calle, con elementos de la cultura popular, como la música, la moda o el arte callejero, como generadores de una identidad cultural del grupo, que incluso posibilita la identificación y la solidaridad casi inmediata con otros grupos de jóvenes que comparten una identidad similar.
La juventud en el siglo XXI
Aunque muchas de las aportaciones de la obra de Carles Freixa siguen plenamente vigentes, es por otra parte evidente que han pasado más de veinte años desde su publicación, y por lo tarto parece oportuno complementarlas en este punto con una breve revisión de algunas aportaciones más recientes.
Prisciliano Cordero publicó en 2011 un estudio sociológico de los rasgos que caracterizan a la juventud española de comienzos del s. XXI [4]. Si algo muestra este estudio (o la forma en que están enfocadas sus preguntas) es la pervivencia del concepto de la juventud que como ya se ha descrito ya fue presentada por Aranguren [3]: los jóvenes se muestran solidarios y comprometidos con su familia, pero desinteresados en la política, y en sus intereses predomina una faceta hedonista: para el 90%, el ocio es una de las realidades más valoradas y el tiempo y lugar de mayor realización personal; es una actividad sin límite horario, y el autor señala la preponderancia del fenómeno del “botellón” en el ocio y sus efectos adversos, lo que le lleva a concluir que “en medio de desilusiones, paro, crisis económica y de valores, los jóvenes, al margen de la sociedad de adultos, buscan por sí solos dar un nuevo sentido a sus vidas con respuestas en muchos casos perjudiciales para ellos mismos”. Puede verse en esta afirmación la plena pervivencia la doble interpretación positiva/negativa del concepto de juventud.
Esto no debe resultar sorprendente, puesto que si hemos de considerar los condicionantes que actúan sobre los jóvenes, en su doble vertiente ya explicada de juventud como “edad dorada”, pero también como edad fuertemente limitada en su autonomía, parece claro que estos condicionantes se han mantenido a lo largo del s. XXI, o incluso se han acentuado con ocasión de los episodios de la crisis económica y la sanitaria. Como describe Jordi Solé [5], si ha existido una novedad significativa en los últimos años, esta ha sido la emergencia de los medios tecnológicos de comunicación. Las redes sociales y otras comunidades virtuales han sustituido al barrio o la escuela como el medio principal de enculturación, integración y generación del sentido de identidad de los jóvenes. Estos medios fortalecen la generación de un sentido de pertenencia a un determinado grupo de edad, extendiéndolo a ámbitos mucho más amplios, y a su vez permite la “especialización” en diferentes subgrupos, que se dotan de una identidad común tomada de elementos de la cultura popular, la vestimenta o la ideología. Pero, a su vez, estos medios también facilitan una mayor mercantilización de estos aspectos, como la que ya notaban y deploraban en el movimiento punk Félix y Pablo, los informantes de Carles Feixa en su “De jóvenes, bandas y tribus”.
Además, describe Jordi Solé otro fenómeno característico de los últimos años: la expansión sin control de la edad de la “juventud”, que de ser originalmente un periodo de transición de algunos años entre infancia y edad adulta, pasa a abarcar un intervalo cada vez más amplio, con una infancia cada vez más corta y una entrada en el “mundo adulto” cada vez más retrasada, e incluso con la jubilación ya no vista como edad de madurez y realización, sino como una “segunda juventud” (mensaje cada vez más extendido incluso en los spots publicitarios). Esta expansión va acompañada de una extensión de los métodos propios de la juventud y, en particular, del “juego”, a diferentes ámbitos: como explica Byung-Chul Han [6], la introducción de metodologías de juego (“gamificación”) en ámbitos como el aprendizaje, el trabajo o la colaboración se ve como un aspecto deseable que las hace más productivas y gratificantes.
Valoración final y conclusiones
Si al siglo XX se lo podría considerar el siglo del nacimiento de la juventud, en este siglo XXI la etapa juvenil está creciendo hasta llegar a abarcar buena parte de la vida. Este fenómeno, que en ocasiones se califica despectivamente como de “infantilización” o de “síndrome de Peter Pan”, no resulta difícil de entender si se considera la imagen idealizada de la juventud, tan extendida y repetida, con estereotipos como el del “deportista profesional en su edad de esplendor” o el del “joven genio creador” en las artes o las ciencias, que produce sus obras más destacadas en unos pocos años tempranos. Ante semejante valoración de la juventud, es más que natural y comprensible que exista renuencia a abandonarla y se desee prolongarla lo más posible. Deseo que además se ve alentado desde diversas instancias, pues a los abusos del producto cultural que es la juventud con fines ideológicos ya vistos en el s. XX (usos, por otra parte, no muy diferentes de los que ya se dieron a este concepto en el mundo clásico), se unen otros abusos de tipo comercial cada vez más patentes, con el ejemplo evidente del ensalzamiento de la figura de los “singles”, individuos jóvenes con pocas ataduras familiares que pueden dedicar todos sus recursos económicos a “vivir la vida”, que alcanzó su cenit antes de la crisis financiera, o la más reciente relativa a la “segunda juventud” de los jubilados. Por otra parte, las contradicciones que afectan a los cimientos esta construcción cultural siguen presentes, o incluso se intensifican, pues a esas altas expectativas se contraponen unas limitaciones cada vez mayores, en un contexto en el que los jóvenes se enfrentan a enormes dificultades a la hora de acceder al mercado laboral e independizarse.
Referencias
[1] C. P, Kottak. Antropología Cultura, 14ª Edición. Ed McGaw-Hill, 2011
[2] S. Souto Krustín. Juventud, teoría e historia: la formación de un sujeto social y de un objeto de análisis. Historia Actual Online 13, 2007, pp. 171-192
[3] J. L. Aranguren. La juventud europea y otros ensayos. Biblioteca Breve de Bolsillo, 1968
[4] P.Cordero del Castillo. La juventud española de principios del siglo XXI. Humanismo y Trabajo Social, 10, 2011, pp. 103-134
[5] J. Solé Blanch. Antropología de la educación y pedagogía de la juventud: procesos de enculturación. Universidad Rovira i Virgili, 2007.
[6] Byung-Chul Han. Buen entretenimiento. Ed. Herder, 2018