En El Arte de Tener Siempre Razón, Schopenhauer presenta su método para imponerse en cualquier discusión verbal, desglosado en treinta y siete estratagemas y culminado con una estrategia final, último recurso cuando todo lo demás falla. Y considerando que Schopenhauer estaba muy probablemente convencido de tener (casi) siempre razón, parece conveniente leer lo que tiene que decir al respecto.
El libro comienza con una presentación del editor en la que este sostiene que el libro tiene una intención irónica, quizá considerando que pretender tener siempre la razón resultaría insufriblemente prepotente y suponiendo que un honorable y respetable filósofo como Schopenhauer no podría caer en esa falta, de modo que en su rol de editor le corresponde defenderlo de ella. Craso error, en mi opinión. En su propia justificación, con la que comienza su obra, Schopenhauer podría resultar bastante cáustico, o pecar (cómo no) de pesimista cuando declara que en los asuntos humanos no suele importar tanto tener razón, como imponerse en las discusiones, pero lo que desde luego no hace es engañar en su propósito: imponerse en efecto en tales discusiones; a ser posible, en todas.
Luego sigue una segunda justificación, que Schopenhauer parece aportar un tanto a regañadientes (y tal vez para defenderse a sí mismo de una acusación que yo aventuraría que le podría preocupar mucho más que la de prepotencia, a saber, la de sofistería), pero que sin embargo resulta bastante interesante: dada su baja (y nuevamente pesimista) estimación de la capacidad de raciocinio humano, arguye que no siempre es posible discernir dónde se encuentra realmente la verdad, y puesto que muchas veces ocurre que uno se deja disuadir de su opinión inicial, por no tener suficiente tenacidad para defenderla, o por no ser lo bastante rápido en detectar las fallas de razonamiento o las argucias del oponente, para más tarde descubrir que en realidad esa opinión inicial era la correcta y la del oponente estaba equivocada, puede decirse que hay una especie de imperativo moral que exige que cada cual se emplee con el mayor empeño posible en defender la propia posición, para así ver hasta dónde llega y avanzar tanto como se pueda en la búsqueda de la verdad. Una reivindicación, en definitiva, del viejo método dialéctico de los clásicos griegos, tan desuso hoy en día, cuando el objetivo de las discusiones, más que confrontar ideas con el oponente, parece ser más bien «colocar» el propio discurso, a ser posible en cómodas píldoras apropiadas para su repetición en las noticias o las redes sociales, tengan que ver o no con el tema de discusión o con lo que esté diciendo el otro. Pero, indudablemente, un método tan efectivo como indica Schopenhauer; por ejemplo, tras haber leído hace poco la biografía de Wittgenstein que escribió Monk, diría que a Wittgenstein buena parte de su vida profesional se le fue buscando un interlocutor válido con el que discutir sus ideas.
Entrando en las treinta y siete estratagemas en sí, las hay de varias clases. Muchas parecen muy obvias, una vez las lees, pero ahí puede estar buena parte del mérito de la obra: en explicitar y hacer evidentes cosas que de otro modo uno aplica un poco a tientas y sin saber exactamente qué está haciendo. Así, están por una parte las estratagemas que recomiendan delimitar bien el tema que se está discutiendo, procurando restringir al máximo el campo que abarca la posición propia al tiempo que se intenta extender hasta el infinito el campo de la contraria, pues así la propia resulta más fácil de defender y la otra más susceptible a los ataques (Estratagema 1); procurando defenderse también frente a formas más o menos ilegítimas de extender ese campo de aplicación, como el uso de las homonimias para retorcer lo que se dice o cambiar su significado (Estratagema 2); o también frente a las «peticiones de principio» que disfrazan lo que se quiere concluir expresándolo con otros términos y colocándolo subrepticiamente entre las premisas (Estratagema 6); o, en un cariz algo más oscuro, pretendiendo hacer uso de los juicios de valor inconscientes del oponente y el auditorio con una cuidadosa elección de términos que coloquen la premisa del oponente entre categorías indeseables y pinten en cambio a la propia con las mejores cualidades (Estratagemas 12 y 32).
Luego entran las estratagemas que proponen jugar con la psicología del oponente: presentar el propio argumento de forma enrevesada para que el oponente no sepa a dónde queremos llegar y no pueda preparar una defensa efectiva (Estratagemas 4 y 9); pretender que uno defiende la opinión contraria a la que realmente sostiene, para que así el oponente se lance con todo su entusiasmo a rebatirle y, con ello, demuestre la propia opinión, o, al menos, dude de qué queremos demostrar realmente (Estratagema 10); hacerle ver al oponente que su opinión tiene consecuencias desfavorables para él mismo, pues como bien señala Schopenhauer, ni el mayor apego a la verdad, ni ninguna otra cosa, evitará que cualquiera abandone inmediatamente su posición, si se percata de que le resulta perjudicial (Estratagema 35); observar cuándo el oponente duda, pues eso puede indicar una debilidad en sus argumentos que aún no conocemos, e insistir por lo tanto sobre esa duda hasta que aparezca la debilidad; o mejor aún, si algo que hemos dicho lo enfurece, persistir hasta sacarlo completamente de sus casillas, pues una persona furiosa no razona correctamente (Estratagema 27).
Si todo esto falla, están las estratagemas que, en un progresivo descenso a los infiernos del juego sucio, sugieren invocar la mayor lista posible de autoridades en defensa de la propia posición, bajo el supuesto de que un auditorio que no sepa mucho del tema quedará anonadado ante tanto nombre ilustre y tantos expertos (Estratagema 30, que, por otra parte, manejan muy bien tantos programas de debate de la actualidad), pues:
En suma, muy pocas personas saben reflexionar, pero todas quieren tener opiniones; ¿qué otra cosa pueden hacer más que adoptarlas tal como los demás se las proponen en vez de forjárselas ellos mismos?
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Estratagema 30
De estas llamadas a la autoridad, escoger las más enrevesadas e incomprensibles, o, en ausencia de una con estas características, directamente inventarse alguna (nuevamente, Estratagema 30), considerando que en efecto:
Se puede también, en caso necesario, no solo deformar sino falsificar francamente lo que dicen las autoridades, o incluso inventar pura y simplemente; en general, el adversario no tiene el libro a mano y tampoco sabe servirse de él.
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Estratagema 30
Proclamar, aunque uno haya perdido en la confrontación de los argumentos, que ha ocurrido justamente lo contrario, es decir, que ha ganado, estratagema (la 14) que
Si el adversario es tímido o estúpido y uno tiene mucha audacia y buena voz, puede muy bien funcionar.
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Estratagema 14
Dejarle desconcertado mediante un caudal de palabrería insensata con la mayor acumulación posible de tecnicismos innecesarios, pues así, el oponente, que no entenderá nada, puede que no quiera admitido por temor a quedar como un ignorante (Estratagema 36 – y dicho sea de paso, ¡cuántos «manuales» de filosofía constituyen una demostración magistral de este principio!). Intentar escaquearse cuando uno ve que va a perder, saliéndose por la tangente, enfureciendo o desconcertando al rival o, directamente, marchándose (Estratagema 18). En definitiva, una colección de procedimientos de muy escasa moralidad, que, en descargo de Schopenhauer, y a juzgar por el tono de amargura que muchas veces se percibe en sus palabras, podría aventurarse que nos explica no desde su experiencia de haberlas aplicado, sino más bien desde la de haberlas padecido, en la más pura línea de Maquiavelo a la hora de presentar las cosas no como deberían ser, sino como son, para que así al menos el lector tenga alguna posibilidad de que no le pillen desprevenido.
Y por último, la estratagema final, para cuando todo falla y es evidente que el adversario va a ganar: romper la baraja,
(…) decir cosas descorteses, ofensivas y groseras.
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Última Estratagema
Estratagema que uno puede ver aplicada en numerosas ocasiones, por ejemplo, en el juego político, pues no en vano:
Esta regla es muy apreciada, pues todo el mundo es capaz de aplicarla y por lo tanto se emplea a menudo.
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Última Estratagema
Si bien conviene observar en su uso una cierta prevención, ya que:
Ahora se plantea la cuestión de saber qué respuesta puede utilizar el adversario. Pues si procede de la misma manera, se termina en una pelea, un duelo o un proceso por difamación.
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Última Estratagema
(Curiosa por otra parte la gradación en la gravedad de las consecuencias). En definitiva, en pocas partes del libro queda tan patente la amargura del Schopenhauer ya de una cierta edad que escribió estas recomendaciones como en el consejo final:
(…) no debatir con el primero que llega, sino únicamente con las personas que uno conoce y de las que sabe que son suficientemente razonables para no ponerse a soltar absurdidades y a cubrirse de ridículo (…) personas, en fin, de las que uno sabe que aprecian mucho la verdad, que les gusta escuchar buenas razones, incluso en boca de su adversario, y que tienen suficiente sentido de la equidad para poder soportar el hecho de estar equivocados cuando la verdad está en el otro campo. De ello resulta que de cada cien personas apenas se encuentra una que sea digna de que se discuta con ella. En cuanto a las demás, que digan lo que quieran (…) y pensemos en las palabras de Voltaire: «La paz vale aún más que la verdad».
Schopenhauer, El Arte de Tener Siempre Razón, Última Estratagema