El Blog de Alerce

Videojuegos, matemáticas, literatura, ciencias y filosofía en una mezcla (aparentemente) aleatoria

Shloop, shloo – oop, skree!

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La noche era fría y la lluvia golpeteaba los cristales, pero lo que me despertó fue un ruido que procedía del interior de la casa. Era un sonido húmedo, como el de la lluvia, pero al mismo tiempo fangoso, resbaladizo: Shloop, shloop, shloo – oop.

Aún medio adormilado, me levanté. Recorrí el pasillo buscando la fuente de ese sonido enervante. Mis pasos me llevaron hasta la puerta entrecerrada del salón; por las rendijas de la puerta destellaban fogonazos de luces de colores.

Medio cegado por esas luces, al asomarme al interior del salón apenas logré distinguir la silueta de una persona, que estaba recostada en el sofá, frente a la televisión. Pude ver que se balanceaba rítmicamente, al compás de ese espantoso ruido que, según me pareció apreciar, procedía de su lengua: shloop, shloop, shloo-oop. Y bajo ese ruido, otro más suave, pero con la misma cadencia: shee, shee, shee, el rozar de un cable o un tubo que se extendía desde un arcaico aparato, bajo la televisión, hasta algún tipo de instrumento que la persona tenía en las manos. La persona presionaba sin cesar unos botones del instrumento, click-click-clack, siempre los mismos tres botones, siempre en la misma sucesión, y con cada pulsación el cable – tubo se retorcía y se hinchaba como si estuviese sorbiendo algún fluido y bombeándolo al aparato. La lengua, rozando húmeda contra los dientes, los dedos, pulsando los mismos tres botones, y en el suelo, el tubo, retorciéndose: esos eran los únicos sonidos, los únicos movimientos. Todo lo demás estaba fosilizado, oculto bajo su inmovilidad en las penumbras.

De repente, incluso esos leves movimientos cesaron y la persona dejó escapar un largo suspiro, ooh – oo – oh …. La pantalla se puso en negro y, con mis ojos por fin adaptados a la iluminación, pude ver en ella la imagen pixelada de un muñequito que corría por algo que parecía una villa japonesa. Mi corazón, que había estado retumbando todo ese tiempo, por fin empezó a calmarse.

Pero entonces todo empezó de nuevo: un fogonazo cegador de luz procedente la pantalla, un espasmo recorriendo el cable/tubo… Y lo peor de todo, un grito, o un quejido, interminable: Skreee! Skreeee!

Hui ciegamente por el pasillo. A mi espalda, volvía a escuchar ese ruido húmedo, shloop, shloo – oop, que ahora sabía que procedía de los movimientos involuntarios de la lengua de aquella persona, y bajo él, el rozamiento del cable, shee, shee, shee – ee, en el que podía adivinar la pulsación repetida, enfermiza, de los tres botones, siempre los mismos tres, en exactamente la misma secuencia. No sabía cómo librarme de ese ruido horroroso. Solo podía volver a mi dormitorio, encerrarme, cubrirme la cabeza con la almohada, pero sabía que con eso no bastaría para dejar de oírlo .

Y en ese momento, repentinamente, el silencio, y después otro ruido, aún más extraño que el anterior: hee, hee, hee. Al principio suave, luego cada vez más fuerte: Hee-hee-hee! Sin poder resistirme a la curiosidad, regresé y me asomé a la puerta del salón.Todavía recostada en el sofá, aquella persona se retorcía, presa de lo que tras un momento de incredulidad logré identificar como un ataque de risa. En la pantalla, un personaje pixelado vestido con un traje estrafalario le decía algo a una joven damisela.

Volví a la cama y me dormí de inmediato, ya completamente tranquilo. El humor malo de los juegos de rol japoneses había vuelto al rescate, y su benéfico efecto duraría al menos durante los próximos cien combates aleatorios.

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