Mary Wollstonecraft es el gran referente histórico del pensamiento feminista liberal. Sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo para que recibiera un reconocimiento que ni ella, ni su hija, la escritora Mary Shelley, disfrutaron en vida.
1. Una vida convertida en obra
En una época en la que la filosofía se transformaba en una actividad cada vez más profesionalizada, reservada a especialistas del mundo académico, Mary Wollstonecraft destaca por ser un ejemplo justamente de lo contrario: una filosofía vivida, o una historia vital con tanto contenido como sus escritos; lo que por otra parte ilustra a la perfección la pertinencia de lo que Wollstonecraft demandaba en sus obras.
En efecto, el hecho de que Wollstonecraft pretendiera vivir de acuerdo con sus ideas, es decir, desarrollando una vida independiente y plena, en lugar de una limitada al papel de accesorio de su marido que le reservaba la sociedad de su época, tuvo la consecuencia de que durante más de cien años no se la recordase por sus obras, ni tampoco por lo que quizá pudo enseñar con su ejemplo, sino tan solo por algunas de las peripecias de su biografía que sus contemporáneos encontraban más o menos escandalosas1. Destino al que también contribuyó su esposo, William Godwin, que según todos los indicios le profesaba un gran afecto, pero cuyas restantes cualidades no parecían rayar a tanta altura, y que tuvo la idea de publicar tras su muerte unas Memorias de la autora de Vindicación de los derechos de la mujer con las que seguramente pretendía homenajear la difícil vida de su esposa, pero que únicamente consiguieron centrar la atención de los lectores deseosos de escándalos en episodios escabrosos como sus relaciones amorosas o sus intentos de suicidio, que Godwin narraba con toda minuciosidad. El resultado fue una Mary Wollstonecraft convertida en pasto de las habladurías de la «prensa rosa» de su época, destino además perpetuado en su segunda hija, también llamada Mary, la futura autora de Frankenstein.
Pues si Wollstonecraft se esforzó en vivir su vida de acuerdo con sus ideales, su hija Mary fue una suerte de laboratorio en el que se probaron sus ideas sobre la educación de las mujeres; o, al menos, la versión de esas ideas que fue capaz de ejecutar Godwin. Mary recibió así una educación esmerada, muy superior a la habitual en las mujeres de su época, si bien quizá algo desordenada, y tuvo además la posibilidad de beneficiarse del ambiente intelectual del hogar de su padre, que le permitió por ejemplo escuchar la Balada del Viejo Marinero de labios del propio Coleridge. Pero, a cambio, llevó durante su infancia la vida de una reclusa. Pues Mary era ya una celebridad en el momento de su mismo nacimiento, desde la muerte de su madre y la publicación de las desafortunadas Memorias, y Godwin no encontró otra manera de protegerla de la influencia del mundo que aislarla en lo posible de él. Apenas salía de la casa, y se le permitía mostrarse tan raramente a los visitantes que estos solían juzgar tales acontecimientos excepcionales dignos de ser recogidos en sus cartas y diarios. Así lo hizo, por ejemplo, Harriet Shelley, tras visitar la casa junto con el que por aquel entonces aún era su marido, Percy B. Shelley, visita durante la que pudo verla durante unos minutos; escribió además que en la sala en la que se reunió con ella había un retrato de su madre y que se le parecía mucho2. Mary tenía entonces dieciséis años. Cuando se fugó con Percy Shelley, poco después, William Godwin olvidó de repente todos los derechos vindicados por su mujer y le retiró la palabra; no hizo lo propio con Shelley, al que siguió escribiendo con regularidad para reclamarle un dinero que Percy le había prometido.
«Pocos escritores gozaron de su celebridad ─dijo de Mary Wollstonecraft un historiador del cementerio de Saint Pancras en el que reposaban sus restos, para entonces ya convertido en destino de peregrinaje obligado para los curiosos─, pero era una mujer equivocada, y su vida infeliz es una prueba del error de sus ideas»2. Y ciertamente no puede negarse que las vidas de Mary Wollstonecraft y de su hija Mary W. Shelley no anduvieron cortas de infelicidad, ni tampoco que ambas las concluyeron traicionándose en cierta medida a ellas mismas. Mary Wollstonecraft, renunciando a su ideal de amor libre de ataduras y casándose con William Godwin para ahorrarle a su futura hija el estigma que conllevaba ser el fruto de una relación ilegítima, poco antes de que unas fiebres puerperales provocadas por complicaciones en el parto y la desafortunada asistencia de un médico para retirarle la placenta le costaran la vida; la higiene en la medicina era entonces aún desconocida. Mary Shelley, por su parte, tras perder varios hijos siguiendo a su marido por los caminos de Italia, y al propio Percy, que no sabía nadar, en el naufragio de su yate recreativo, dedicando los últimos años de su vida a asegurarle un futuro decente a su único hijo superviviente, convertida en una respetable autora de novelas románticas e históricas, muy alejadas de la fuerza de la Mathilda y el Frankenstein de su juventud, e incluso autocensurando este último para eliminar pasajes que podrían poner en peligro esa tan deseada respetabilidad3. Pero si la infelicidad en esas dos vidas y sus pequeñas traiciones prueban algo es precisamente lo que defendía Mary Wollstonecraft: que, para una mujer, llevar una vida independiente debería ser algo normal, y no requerir un ejercicio diario y continuado de heroicidad.
2. Las fuentes del pensamiento de Wollstonecraft: educación, liberalismo, revolución
Los escritos de Mary Wollstonecraft fueron reflejos fieles de sus intereses, y estos a su vez lo fueron de sus experiencias. Wollstonecraft se crio bajo la sombra de un padre violento y derrochador, y en cuanto pudo, tuvo claro que su deseo era desarrollar una carrera profesional que le proporcionase independencia económica y le asegurase los medios para evitar caer en una situación similar en el futuro. Las posibilidades de trabajo para las mujeres no eran muy variadas y Wollstonecraft encontró acomodo como institutriz.
Ese trabajo le proporcionó experiencia de primera mano de la que sería una de las grandes consignas de su pensamiento: la importancia de la educación. Pero Wollstonecraft, que tenía una considerable formación literaria, en buena medida obtenida de forma autodidacta o gracias a las clases informales que pudo recibir, por ejemplo, del padre de una de sus amigas de su infancia o de algunas de sus parejas sentimentales, recogió también esa experiencia laboral en una de sus primeras obras, Reflexiones sobre la educación de las hijas, un tratado fundamentalmente práctico, aunque ocasionalmente salpicado de algunas incipientes reflexiones personales. Escribió también un libro de relatos infantiles, titulado Historias originales.
Estos primeros trabajos le otorgaron un cierto renombre en el mundo editorial y le dieron la posibilidad de abandonar su trabajo de institutriz y emprender una carrera en el mundo de las letras. Sus primeros encargos fueron principalmente traducciones de obras francesas y alemanas, así como la elaboración de reseñas de algunas de ellas. Esta actividad le permitió entrar en contacto con las nuevas corrientes de pensamiento de la época, y particularmente con las liberales, que tendrían gran peso en su pensamiento, así como darse a conocer en los ambientes liberales del Londres de la época, en los que conoció, entre otros, a su futuro marido, William Godwin, y al padre de su primera hija, Gilbert Imlay.
Transformada así en una conversa entusiasta a los principios del liberalismo, reaccionó con emoción a los sucesos en Francia, y en respuesta a las Reflexiones sobre la Revolución Francesa de Edmund Bruke, en las que su autor se mostraba muy crítico con la Revolución, escribió en 1790 su Vindicación de los Derechos del Hombre. Esta obra, elaborada en tono panfletario y publicada inicialmente de forma anónima, expone de forma quizá no excesivamente original los principios de la revolución; su aspecto más destacado es posiblemente la fuerza expresiva que alcanza la autora con su tono polémico, cualidad que se mantendrá en sus siguientes obras. Este texto incluye también de forma incipiente algunos de los argumentos sobre el papel de la mujer, que Wollstonecraft desarrollará con más detalle en la que es su obra más conocida, la Vindicación de los Derechos de la Mujer, de 1792, como se expondrá en la siguiente sección de este ensayo.
Pero, fiel a su carácter, Wollstonecraft no se contentó con escribir sobre la Revolución, sino que quiso vivirla en primera persona. Se desplazó así a París en ese mismo año de 1792, acompañada de Imlay, en aquel momento su pareja, y dispuesta a poner en práctica sus ideales.
De Francia retornó con una hija, Fanny, con el desengaño por la rapidez con la que Imlay había perdido el interés en ella, dejándola en una situación muy difícil en un París sitiado por la violencia del periodo de El Terror, y con un fuerte sentimiento de rechazo hacia esa misma violencia. De ese modo, su experiencia personal contribuyó de nuevo decisivamente a su obra, pues Wollstonecraft obtuvo de ella un eficaz remedio contra los efectos perniciosos del extremismo; las propuestas de Wollstonecraft destacan en cambio por la sencillez e, incluso, la aparente cotidianidad, que no rebajan en absoluto su gran valor reformista.
3. La nueva Sofía
La Vindicación de los Derechos de la Mujer, redactada como una misiva al gobierno revolucionario francés en la que Wollstonecraft le insta a adoptar medidas, fundamentalmente, en favor de la educación de las mujeres, es más allá de este propósito inmediato y práctico un texto que contiene importantes reflexiones teóricas respecto del feminismo y el liberalismo. La línea de la argumentación en estos planteamientos consiste en demostrar la inconsistencia del rol reservado a las mujeres con los principios de la revolución y del liberalismo. En buena medida, Wollstonecraft se limita a exigir una aplicación consistente de estos principios, que no puede ser compatible con restringir arbitrariamente sus ideales de libertad e igualdad a la mitad de la población. Pero, al hacer esto, Wollstonecraft también está dando el importante paso de cuestionar la supuesta fundamentación natural del papel subordinado de las mujeres en la sociedad, sometiéndola a una crítica racional.
El rival que Wollstonecraft elige para expresar esta contradicción es precisamente uno de los máximos exponentes del nuevo pensamiento ilustrado y liberal, y, además, el gran defensor de la necesidad de una reforma de la educación: Rousseau, que dedicó su Emilio específicamente a esta cuestión, y, en particular, el libro V de esta obra, titulada Sofía o la mujer, a la educación de las mujeres.
Son bien conocidos los novedosos principios que Rousseau expone en esta obra. Rousseau defiende que la educación debe estimular la inteligencia de los pupilos, habilitándoles para integrarse en el nuevo mundo racional de la Ilustración, y deplora las prácticas educativas habituales en su época, muchas veces centradas en el castigo, incluso físico. Sin embargo, cuando en el mencionado libro V llega al asunto de la mujer, Rousseau parte de un postulado de asimetría4:
«La mujer y el hombre están formados el uno para el otro, pero no es igual la dependencia; los hombres dependen de las mujeres por sus deseos, y las mujeres dependen de los hombres por sus deseos y sus necesidades» (Rousseau, Emilio5, libro V)
Es decir, en la relación entre sexos hay una doble dimensión, una relacionada con el deseo (o el placer) y la otra con la necesidad (o la utilidad práctica), pero esta segunda está reservada a los hombres, de modo que el campo de acción de las mujeres queda reducido al deseo. Y, en efecto, la función de las mujeres es proporcionar placer y felicidad a sus parejas:
«En la unión de los sexos, concurre cada uno por igual fin, pero no de la misma forma; de esta diversidad base la primera diferencia notable entre las relaciones morales de uno y otra. El uno debe ser activo y fuerte, y la otra pasiva y débil. Es indispensable que el uno quiera y pueda, y es suficiente con que la otra apenas oponga resistencia. Establecido este principio, se deduce que la mujer está hecha especialmente para agradar al hombre (…) agradarles, serles útil, hacerse amar y honrar de ellos, cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que desde la niñez se les debe enseñar.» (Rousseau, Emilio5, libro V)
La educación de la mujer ha de estar por lo tanto orientada a prepararla para esta función, propia esencialmente del ámbito privado, para la que la mujer está por otra parte dirigida desde su nacimiento por su propia naturaleza. Rousseau enlaza así su teoría de la educación con el mito del «estado natural del hombre» que vertebra su pensamiento, otorgándole a la educación el objetivo de encauzar debidamente las inclinaciones naturales (en este caso, las de las mujeres) y corregir los efectos perniciosos de la civilización, como por ejemplo los de los llamados «movimientos del tocador», como los iniciados por la marquesa de Rambouillet para reunir a mujeres con aspiraciones literarias4:
«Dad sin escrúpulo una educación de mujer a la mujeres, procurad que amen las labores de su sexo, que sean modestas, que sepan cuidar y gobernar su casa, y se les olvidará a no tardar el abuso del tocador.» (Rousseau, Emilio5, libro V)
La crítica de Wollstonecraft ataca a esta supuesta fundamentación natural. Wollstonecraft no niega la desventaja de las mujeres en cuestiones de fuerza física, pero declara a continuación que no solo no está justificado sustentar sobre este aspecto toda una teoría del «estado natural» de hombres y mujeres y, como consecuencia de ella, una teoría de la educación, sino que también tal teoría de la educación persigue exactamente el fin opuesto al que debería tener, al centrarse en exaltar las debilidades en lugar de potenciar las virtudes. En cuanto a los razonamientos de Rousseau, para Wollstonecraft no hay duda:
«Pero si la fuerza corporal es con cierta razón la vanagloria de los hombres, ¿por qué las mujeres son tan engreídas como para sentirse orgullosas de un defecto? Rousseau les ha proporcionado una excusa verosímil, que sólo se le podía haber ocurrido a un hombre cuya imaginación ha corrido libre y pule las impresiones producidas por unos sentidos exquisitos, que ciertamente tendrían un pretexto para rendirse al apetito natural sin violar una especie de modestia romántica que satisface el orgullo y libertinaje del hombre.» (Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer6)
Es decir, tales presupuestos tienen un origen y unos beneficiarios claros que no hay que buscar en los designios de la naturaleza, ni desde luego en los dictados de la razón, sino en el mundo creado por los hombres. Wollstonecraft condensa su juicio a este estado de las cosas, en el que el papel de la mujer se reduce a endulzar la vida doméstica de los hombres, con un calificativo dotado de una notable concisión y fuerza expresiva: «prostitución legal». Y, sin duda, las dos palabras que lo forman no tienen ningún desperdicio. En primer lugar, «prostitución», pues el arreglo según el cual el propósito de toda una vida queda reducido a hacer más agradable la vida de la pareja, a cambio de que esta se ocupe de proveer todas las «necesidades», no se puede denominar de otra forma. Y, en segundo lugar, «legal», que en una primera aproximación hace referencia a la sanción (y casi obligación) que otorgan las leyes a este arreglo, y en un segundo nivel al supuesto estado de la naturaleza que se expresa y regula mediante dichas leyes.
Esta «prostitución legal» tiene un efecto desastroso sobre las mujeres, pues no solo las reduce a un estado de sometimiento, sino que incluso acaba destruyendo y envileciendo su personalidad:
«Me parece necesario extenderme en estas verdades obvias, ya que las mujeres han sido aisladas, por así decirlo. Y cuando se las ha despojado de las virtudes que visten a la humanidad, se las ha engalanado con gracias artificiales que les posibilitan ejercer una breve tiranía. Como el amor ocupa en su pecho el lugar de toda pasión más noble, su única ambición es ser hermosa para suscitar emociones en vez de inspirar respeto; y este deseo innoble, igual que el servilismo en las monarquías absolutas, destruye toda fortaleza de carácter. La libertad es la madre de la virtud y si por su misma constitución las mujeres son esclavas y no se les permite respirar el aire vigoroso de la libertad, deben languidecer por siempre y ser consideradas como exóticas y hermosas imperfecciones de la naturaleza.» (Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer6)
Por el contrario, si ha de buscarse algo en la naturaleza que caracterice a los hombres o a las mujeres, para Wollstonecraft, en consonancia con sus ideales liberales e ilustrados, ese algo ha de ser la razón, y respecto de la razón no cabe señalar diferencia alguna entre los géneros. Y, como señalan los postulados ilustrados del propio Rousseau, el objetivo de la educación ha de ser precisamente el cultivo de esa cualidad esencialmente humana. Sin una adecuada educación de las mujeres, no habrá para Wollstonecraft solución posible para esta situación:
«Según la modificación presente de la sociedad, el placer es el asunto central de la vida de una mujer y, mientras continúe siendo así, poco puede esperarse de esos seres débiles (…) Así pues, me aventuraré a afirmar que hasta que no se eduque a las mujeres de modo más racional, el progreso de la virtud humana y el perfeccionamiento del conocimiento recibirán frenos continuos. Y si se concede que la mujer no fue creada simplemente para satisfacer el apetito del hombre o para ser la sirvienta más elevada, que le proporciona sus comidas y atiende su ropa, se seguiría que el primer cuidado de las madres o padres que se ocupan realmente de la educación de las mujeres debería ser, si no fortalecer el cuerpo, al menos no destruir su constitución por nociones erróneas sobre la belleza y la excelencia femenina.» (Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer6)
¿Y qué puede esperarse esta nueva forma de educación? Wollstonecraft, frecuentemente panfletaria en su estilo, incluso incendiaria, consigue ser excepcionalmente impactante al expresarlo con total sencillez: si recibiesen esta educación, las mujeres…
«(…) podrían haber practicado la medicina, llevado una granja, dirigido una tienda, y serían independientes y vivirían de su propio trabajo.» (Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer6)
4. Mary Wollstonecraft hoy
En las últimas décadas, el estudio del legado de Mary Wollstonecraft ha experimentado un muy notable impulso, con hitos como la publicación de sus textos completos consolidados por Janet Todd y Marilyn Butler en 1989, que han contribuido a expandir la visión de Wollstonecraft desde la del mero icono cultural transgresor que venía arrastrando desde su época, para mostrar en cambio una autora con contribuciones relevantes, desde luego, para el feminismo, pero también para otras cuestiones como la religión o la literatura7. Con ello, sus aportaciones siguen plenamente vigentes hoy, aunque naturalmente hayan sido sometidas a críticas, incluso desde el propio movimiento feminista. Por ejemplo, se ha criticado que las propuestas de Wollstonecraft se puedan interpretar esencialmente como la adopción y universalización del patrón masculino. Esta crítica se puede encuadrar en la problemática que se establece entre redistribución y reconocimiento, de muy difícil solución8, que da lugar a lo que autores como Javier Peña resumen en lo que denominan «dilema Wollstonecraft»9: las mujeres parecen encontrarse todavía en la tesitura de o bien acomodarse y adoptar los roles propios del modelo patriarcal si quieren obtener una relevancia social equivalente a la de los varones, o bien resignarse a permanecer en la irrelevancia si desean mantener su identidad. En este contexto, el parentesco de Wollstonecraft es particularmente apreciado en las actuales corrientes liberales del feminismo, resultando especialmente perceptible en propuestas como las de las «familias igualitarias» de Charles Taylor10. Pero, con independencia de que se esté más o menos de acuerdo con la forma en que Wollstonecraft dio respuesta a su dilema, es evidente que es una autora de referencia que ningún análisis de estas cuestiones puede ignorar.
5. Conclusiones
Aunque fue denigrada y caricaturizada durante su propia época, el relato de la Ilustración y de su lucha por una libertad, igualdad y fraternidad guiadas por la luz de la razón estaría incompleto si no se considerasen las contribuciones de Mary Wollstonecraft. La fuerza de sus ideas revolucionarias, centradas en exigir una aplicación coherente de los principios del liberalismo y en repudiar la supuesta fundamentación natural de la sumisión de la mujer en la sociedad, sigue vigente a día de hoy; pues, más de dos siglos más tarde, estas ideas distan mucho de haber sido universalmente aceptadas. Así, y por mucho que, si nos fijamos en aspectos concretos y prácticos, la situación de la mujer ha mejorado indudablemente desde la época de Wollstonecraft, mientras todos estos avances no estén sustentados en el simple convencimiento de que son una pura cuestión de razón y de justicia, corren el serio peligro de sufrir una rápida involución.
Referencias
[1] Mary Wollstonecraft, en Wikipedia, la enciclopedia libre, https://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Wollstonecraft
[2] Esther Cross, La mujer que escribió Frankenstein. Ed. Minúscula, 2022.
[3] Mary W. Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, 15ª Ed. Ed. Cátedra, 2021.
[4] Violeta Núñez, Sofía o la educación de la mujer. Pedagogía Social, no. 15-16, pp. 49-67, 1997.
[5] Jean Jacques Rousseau, Emilio o la educación. Ed. Verbum, 2019.
[6] Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer, edición de Isabel Burdiel, 2ª Ed. Ed. Cátedra, 1994.
[7] Laura Kirkley: Across disciplines, languages and nations: Recent scholarship on Mary Wollstonecraft. Literature Compass, vol. 19, e12683, 2022.
[8] Nancy Fraser y Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento?, en Nancy Fraser y Axel Honneth (Eds.), ¿Redistribución o reconocimiento?, un debate político-filosófico. Ed. Morata, 2006.
[9] Javier Peña, Nuevas perspectivas de la ciudadanía, en Fernando Quesada (Ed.), Ciudad y ciudadanía. Ed. Trotta, 2008.
[10] Eileen Hunt Botting. Mary Wollstonecraft’s Enlightened Legacy. American Behavioral Scientist, Vol. 49, No. 5, pp. 687-701, 2006.