“En cuanto a la parte oriental es hoy la sede del califa; con eso bastaría para su grandeza y esplendor. La residencia del califa está al extremo [de la ciudad oriental] y ocupa cerca de un cuarto o más de ella, puesto que todos los abbasíes [viven] retirados en esas residencias un retiro placentero, sin salir y sin mostrarse; reciben unas pensiones con las cuales viven. Al califa pertenecen una gran parte de esas residencias, entre ellas ha escogido elevados miradores, hermosos palacios y jardines deliciosos.
Hoy [día, el califa] no tiene visir, solamente tiene un servidor, que lleva el título de lugarteniente del visirato (na’ib al-wizara), que preside el consejo (diwan) que administra los bienes del califa. A su disposición están los libros de registro y él soluciona los negocios. Hay un intendente (qayyim) sobre el conjunto de las residencias abbasíes, y un custodio (amin) sobre la totalidad del harén de las mujeres que han sobrevivido de los tiempos del abuelo y del padre del califa, y sobre todas aquellas que la inviolabilidad califal abarca. Es conocido por el señor Mayd al-Din Maestre de la Casa: ése es su título. [En la oración] se invoca a Dios en su favor, inmediatamente después de la invocación por el califa. (…)
El esplendor de esta soberanía ciertamente está [sustentada] en esclavos blancos (fityan) y abisinios (ahabas) castrados. Entre ellos hay un esclavo (fatà), cuyo nombre es Jalis, que es el jefe de todo el ejército. Lo vimos un día, en el momento que salía. Delante y detrás de él estaban los emires de las tropas turcas, de [las tropas del] Daylam y otros . Estaba rodeado de unas 50 espadas desenvainadas en manos de unos hombres. Así pues nosotros presenciamos cuán magnífica es su situación en este tiempo. Tiene palacios y miradores sobre el Tigris.”
Así relata el andalusí Ibn Yubayr en su obra “A través del Oriente” su visita a la corte abbasí, efectuada durante sus viajes a lo largo del Mediterráneo y el Oriente árabe en el s. XII. Esta obra está considerada como la precursora y la obra maestra de la literatura de viajes árabe.
En concreto, en el fragmento comentado, Ibn Yubayr describe la corte del califato abbasí en Bagdad. Por una parte, enumera los principales cargos del sistema de gobierno, destacando que, a diferencia de lo que había venido siendo habitual en el gobernó abbasí, el califa no tenía visir, sino tan sólo un servidor denominado lugarteniente del visirato, así como un consejo que se ocupaba de los temas económicos (diwan). Otros puestos de gobierno que se destacan son el que se ocupaba de la gestión de las residencias, y el custodio del harén. También describe de forma destacada al jefe del ejército, el esclavo Jalis. En general, Ibn Yubayr muestra su admiración por la riqueza de la corte, aunque no deja de señalar la forma en que esta riqueza se sustenta en el uso de esclavos (blancos y abisinios), así como en tropas procedentes de los confines del territorio islámico como las turcas.
Más allá de estas expresiones de admiración por los “hermosos palacios y jardines deliciosos” que tuvo la ocasión de contemplar, debe recordarse que Ibn Yubayr escribe su obra durante los últimos años del califato abbasí y en un momento de franca decadencia y retroceso del mundo musulmán. En efecto, en su Al-Andalus natal, la derrota islámica en la batalla de las Navas de Tolosa, que marcó la descomposición de Al-Andalus y su rápida reducción al reino nazarí de Granada, tuvo lugar en el 1212, pocos años antes de la muerte de Ibn Yubayr; y en otros fragmentos de su obra, el autor también relata su visita a Sicilia, antaño territorio del Islam y aún centro de una numerosa población musulmana, pero para entonces bajo control normando.
Así, a lo largo de la obra de Ibn Yubayr pueden encontrarse numerosas críticas a la situación del mundo árabe y peticiones de restauración de su empuje anterior. En este sentido puede entenderse la descripción del sistema de gobierno, en la que destaca posiciones triviales para el interés general, como la gestión de residencias y harenes, frente a la inexistencia de un visir, así como el relato del desfile del esclavo Jelis, jefe del ejército, rodeado de espadas turcas desenvainadas, que parece tener un tono mucho menos entusiasta que la descripción anterior de los palacios y jardines de la capital, pues en efecto uno de los signos de la decadencia del califato fue su progresiva dependencia de las tropas turcas, que en los años en que Ibn Yubayr escribe su obra habían reducido el poder del califa a una cuestión puramente nominal.
Frente a estos signos de decadencia, Ibn Yubayr deposita sus esperanzas y peticiones de auxilio en la dinastía almohade, para la que trabaja; y muy especialmente en Saladino, al que no escatima elogios en la parte de su obra dedicada a su viaje a Egipto, entonces gobernado por él, y que con su espectacular toma de Jerusalén en 1187 marcará el inicio de un nuevo periodo de reunificación y fortaleza en el mundo árabe.