Nuestros miedos más auténticos se generan durante nuestra infancia. Muchos de nosotros posiblemente tengamos algún miedo íntimo que podría rastrearse a algún acontecimiento traumático de nuestros primeros años. Pero el resto de nuestros miedos son sorprendentemente comunes. Todos los niños pequeños tienen miedo prácticamente a las mismas cosas.
De pequeños, nos da miedo la oscuridad, y las formas poco definidas y las sombras que se generan en ella. Nos dan miedo los ruidos bruscos e inesperados, como los sonidos de una tormenta. Nos dan miedo las máscaras, porque no podemos interpretar la expresión de quien las lleva, ni saber quién está tras una de ellas, si es que hay alguien. Sobre todo, nos da miedo que nuestros cuidadores nos dejen solos, porque no podemos estar seguros de que van a volver. Con el tiempo, vamos enterrando estos miedos, y reemplazándolos por ansiedades que se van volviendo más tristes y aburridas a medida que crecemos: no encajar en nuestro grupo de amigos, no conseguir alcanzar el rendimiento o los resultados que se esperan de nosotros, no conseguir una situación económica estable y que el banco se quede con nuestra casa… Pero los miedos de verdad, los que creamos cuando éramos niños, siguen por ahí agazapados, y a veces vuelven a desplegarse sin que podamos controlarlos.
Así que si quieres meter un susto a alguien, pero un susto de verdad, hay que despertar esos miedos de la infancia. Slender despierta tanta fascinación en tanta gente porque consigue hacerlo muy eficazmente. Es una persona casi normal, pero sus proporciones son deformes, con esos brazos y piernas alargados que le hacen parecer una sombra proyectada desde algún lugar fuera de nuestra vista. Sus facciones son borrosas. No se conocen sus motivos, simplemente aparece de improviso y se lleva a la gente.
El primer videojuego de Slender, lanzado hace unos años, consiguió abrirse un hueco en ese rincón de la amígdala donde residen los terrores de los jugadores, pese a lo sencillo que es: se reduce a vagar por un bosque buscando unas cartas y huyendo de Slender, con una vista subjetiva que representa una grabación en video de nuestra huida, al estilo del Proyecto de la Bruja de Blair. Tras unos cuantos cientos de miles de descargas, y campaña de crowdfunding mediante, nos ha llegado Slender: The Arrival, la versión ampliada y mejorada del juego.
Y hay que reconocer que da mucho miedo. Pese a sus defectillos técnicos, y que abusa del golpe de efecto de las apariciones súbitas de Slender, da miedo de verdad. Y lo hace planteando situaciones sencillas que despiertan nuestros miedos infantiles. Estamos solos en una casa en medio de la nada, azotada por una tormenta que hace que no podamos ver nada del exterior, pero sentimos la necesidad de cerrar bien todas las puertas y ventanas porque sabemos que hay algo ahí fuera. Aunque no es que nos vaya a servir de mucho. O revivimos la experiencia de un niño que ha estado pasando una agradable tarde junto a un lago. Su madre le llama para irse, así que empieza a recoger sus juguetes, pero sin darse cuenta se adentra y se pierde en un bosque, mientras oye los gritos de llamada cada vez más nerviosos de su madre, y resulta que ahí en el bosque hay algo esperando. ¿Quién no ha sentido miedo al quedarse sólo en casa, o al perderse en algún lugar despoblado? Cosas así son las que dan miedo, señores de Capcom y Konami, y no el desfile de bichos deformes y bulbosos en que se han convertido las últimas entregas de Resident Evil y Silent Hill.