Comenzamos luchando a cielo abierto. Podemos rechazar fácilmente las primeras avanzadillas enemigas, pero repentinamente todo se oscurece, excepto unos ojos que brillan en la oscuridad. Cuando recobramos la visión, una pequeña multitud de unas cosas que parecen bacterias voladoras con ojos nos ataca, cubriendo la retirada de mamá bacteria, un bicho con tentáculos con pinchos que será familiar para los veteranos de la saga Salamander. La perseguimos a través de las entrañas de un bicho, esquivando dientes retráctiles y abatiendo naves enemigas que como nosotros no se sabe cómo han acabado aquí dentro, hasta que llegamos a una zona que a juzgar por las vellosidades de las paredes debe de ser los intestinos, donde al fin alcanzamos a mamá bacteria y empezamos la lucha contra nuestro enemigo final.
O eso creemos, porque instantes después presenciamos atónitos la irrupción en escena de una especie de solitaria gigantesca, llena de aún más ojos y más dientes, que engulle a la pobre mamá bacteria y acto seguido la toma con nosotros. Cuando no trata de tragarnos con la boca abierta hasta la campanilla, el bicho se distrae vomitándonos decenas de pequeños gusanos. Pocos juegos pueden presumir de un comienzo tan potente y tan absolutamente repulsivo. Y es sólo el comienzo. Después tenemos gusanos de todos los tipos y tamaños, tejidos que crecen hacia nosotros e intentan espachurrarnos, granos protuberantes que al recibir disparos estallan en una explosión sanguinolenta… Qué lástima que alguien decidiera mezclar esto con niveles de asépticas navecitas y asteroides en scroll vertical.