El Blog de Alerce

Videojuegos, matemáticas, literatura, ciencias y filosofía en una mezcla (aparentemente) aleatoria

134,49 euros

Esa es la cantidad que he obtenido recientemente con la subasta online del artículo que se muestra en la fotografía, a saber: una copia usada pero en excelente estado de Splatterhouse 2 de SEGA Megadrive PAL, completa con su estuche, manual y cartucho (que, por supuesto, funciona perfectamente).

He aquí un buen ejemplo del fenómeno del mercado de los juegos retro: un precio que rebasa ampliamente el que tenía el juego cuando era nuevo. Y eso tratándose de un juego que, dicho sea de paso, no es, a mi buen entender, particularmente bueno. Vale que los gráficos están bien y que el juego tiene la curiosidad de unas animaciones singularmente brutales, con salpicaduras de sangre pixelada que resbalan por la pantalla incluidas. Pero el movimiento del personaje es lento y ortopédico, nada preciso, las mecánicas son repetitivas, y el juego, en resumidas cuentas, se vuelve aburrido tras dos o tres minutos, una vez que se pasa la curiosidad de ver los cráneos de los enemigos reventados a martillazos. En fin, ya se sabe que en estas cosas no se paga la calidad, sino la rareza.

Vaya por delante que no me considero un “especulador de los videojuegos” (y espero no haberme convertido involuntariamente en uno de ellos). Aunque está claro que con este juego tengo que haber ganado dinero. No sé cuánto exactamente, lo compré como parte de un lote, hace ya años, y no recuerdo cuánto pagué. Pero si he de juzgar por el precio por el que he vendido este juego, y por el que estoy vendiendo otros que formaron parte del lote, no tan exagerado, pero también bastante considerable, no puede dudarse que tuvo que ser mucho menos que lo que estoy recibiendo (o, alternativamente, en la época en que compré este lote y otras cosas similares estaba mucho más loco de lo que recuerdo).

Surge también la pregunta de hasta dónde seguirá creciendo este mercado. Mi apuesta particular es que ya ha llegado a su tope, o que lo hará dentro de poco. Después de todo, diría que los que lo alimentan son personas esencialmente como yo: gente de mi edad, que pasamos toda la infancia rejugando los mismos 10 o 20 juegos, porque a nuestros padres no les daba el sueldo para más, y que ahora que tenemos dinero nos resarcimos. Y diría que ya va no va faltando tanto para que la artritis y la miopía nos vayan obligando a perder el interés.

Las nuevas generaciones que van llegando como reemplazo creo que en cambio no le acaban de ver en general la gracia a lo de coleccionar juegos antiguos en soporte físico. Sobre todo, porque en muchos casos, o al menos en los casos en los que realmente merece la pena (entre los que yo no incluiría este Splatterhouse 2), ya hay muchas otras formas de seguir jugándolos que no requieren acumular los antiguos cartuchos y consolas; formas no solo más baratas, sino también mucho más ecológicas, dónde va a parar, y, a veces, hasta legales. Mi hija, por lo menos, no tiene particular interés en mi colección, y ese es uno de los motivos por los que me he decidido a ponerme a venderla. De momento, mis videojuegos son artículos con un cierto (en el caso que nos ocupa, grande) valor económico, pero me parece que no falta tanto para que se conviertan en un residuo plástico por el que alguien (mi hija) tendrá que pagar para que sea reciclado. Y eso, por no mencionar lo que vale el espacio que ocupan, espacio que no tengo. No se pueden mantener tantas aficiones de coleccionismo que requieren tanto espacio como las que tengo yo. Creo que hay juegos de mi colección que llevan languideciendo en cajas durante años no tanto porque no me apetezca jugar a ellos, sino porque me echa atrás el esfuerzo de desempaquetarlos. Y, en fin, si resulta que un día de estos me toca la lotería o algo así y ya no tengo que preocuparme por el espacio o por los futuros gastos de vertido, siempre puedo recomprar otras copias de los juegos que ahora estoy vendiendo. O eso me digo para consolarme mientras empaqueto mi Splatterhouse 2 para enviárselo a su nuevo dueño, ya veremos qué pienso dentro de unos años.

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