El Blog de Alerce

Videojuegos, matemáticas, literatura, ciencias y filosofía en una mezcla (aparentemente) aleatoria

Que se muera de una vez

Resulta difícil pensar otra cosa mientras se juega Shadow of Memories, pues no recuerdo otro protagonista tan odioso como el bueno de Eike: egoísta, pasota, desagradable y (por mucho que el manual diga lo contrario) mal educado.

“¡Qué bueno que tengas preocupaciones tan simples! Mira que hay gente que tiene una vida mucha más complicada, como yo”, le viene a decir a la pobre camarera este parásito humano sin ocupación conocida, poco antes de arrastrarla “accidentalmente” al pasado para salvar su pellejo y dejarla ahí varada durante cuatro años.

Para mí, lo mejor del juego es el final C. Que Eike acabe así, después de permitirse soltar un discurso sobre la belleza de las estrellas y la importancia de las cosas simples, cuando acaba de erradicar al pobre Hugo de la existencia, de dejar a Margarete y Dana atrapadas en épocas históricas que no les corresponden, de permitir que su esposa, de la que ya ni se acuerda, siga condenada a la eternidad como espíritu errante, y, para colmo, de ayudar al Homúnculo para que siga libre y feliz haciendo de las suyas, me parece que es incluso algo más que justicia poética.

Pero, en fin, que el juego está muy bien, pese a lo corto que resulta y a que en los aspectos técnicos le pese ser uno de los juegos más tempranos del ciclo de PS2. El diseño artístico me encanta, tanto el del videojuego como el del manual. ¡Qué tiempos aquellos, en los que los videojuegos venían en su caja, con una buena carátula y un manual con sus ilustraciones! Además, los videojuegos como este son lo mejor que ha producido aquel género de “busca tu propia aventura” que veíamos hace años en forma de libros; los diferentes finales son bastante buenos y están bien trabados en el sentido de que cada uno de ellos va explicando los cabos sueltos que dejan los otros. Y admitamos que, si se llega al final Ex, que cabe suponer que es el final verdadero, Eike se redime sacrificándose para dejar todas las cosas en su justo sitio.

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