El Blog de Alerce

Videojuegos, matemáticas, literatura, ciencias y filosofía en una mezcla (aparentemente) aleatoria

Qué dulces jovencitas

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Quien diga que jugando a videojuegos no se aprende nada, es que no ha jugado a Sweet Fuse. He aquí una ventana incomparable a la psicología y a los deseos de ese grupo social tan interesante que forman las jóvenes adolescentes japonesas, puesta a nuestro alcance en forma de novela gráfica interactiva.

Empecemos por analizar el papel que desean ocupar estas jovencitas en su entorno social. Si las mezclamos con un grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) hombres descerebrados,  su función es poner un poco de sentido común, como no podría ser de otra manera. Eso sí, lo hacen a través de “relámpagos de intuición”, dando el punto de partida para que alguno de sus audaces y resolutivos compañeros masculinos deduzcan lo que hay que hacer y lo ejecuten.

Luego está el “superpoder” de estas jovencitas: enfadarse y chillar. Periódicamente en el juego, la protagonista tiene la oportunidad de cabrearse, gritar al sujeto de turno “¡pero qué pasa contigo!” en el más puro estilo Ace Attorney, y ver cómo éste invariablemente se arruga y se aterroriza ante tal despliegue de agresividad. También está la opción de controlarse y no gritar, pero no creo que haya una sola ocasión en todo el juego en que esta sea la opción correcta. No, por supuesto, las jovencitas japonesas quieren gritar y abroncar a todo el mundo sin ningún autocontrol.

Y por último están los tipos que estas jovencitas pueden encontrar deseables. Los hay de varias clases: el incomprendido, el místico misterioso, el culto bohemio, el policía audaz… aunque yo creo que todos estos están por hacer bulto porque, de verdad, teniendo en la mezcla a un “profesional del amor” supermusculado, que además está dispuesto a interponerse entre flechas, explosiones y demás amenazas y nuestra jovencita, y encima perdiendo convenientemente la camisa en el camino para que se vea su cuerpo musculoso cubierto de heridas, ¿a quién le puede interesar cualquier otro? Sobre todo, ¿quién puede tener el más mínimo interés por ese niñato estrella del pop, que se asusta de su propia sombra, tiene miedo escénico, y además estará más que dispuesto a dejarnos tirados como a una alpargata vieja y volver a su mundo de riqueza y espectáculos una vez logre salir del atolladero?

Aunque por supuesto, todo esto os lo digo de oídas, me lo contó una amiga de un amigo de un primo. Porque yo jamás jugaría a algo así. Faltaría más, qué vergüenza.

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